Razones para no leer cuentos, novelas, poemas…

Cansando de que siempre me pregunten lo mismo, aquí dedicaré a explicar por qué no leo obras literarias de ficción (entiéndase cuentos, novelas, poemas, etc). Vayamos a la filosofía, madre de todas las ciencias, con la alegoría de la caverna de Platón.

Imagina a un grupo de personas sentadas en una oscura caverna, observando las sombras que se proyectan en la pared, pensando que esas figuras son la realidad. Si sacáramos a una de estas personas a la luz del día, quedaría tan deslumbrada que sería incapaz de ver. Con el tiempo, recuperará su visión y podrá ver a su alrededor el mundo real, así como la fuente de toda luz: el Sol, la fuente de toda verdad.

En el caso de la ficción, esta vendría a ser las formas que el Sol refleja dentro de la caverna y que las personas aluden como «verdadero», cuando realmente es una ilusión. El ingenio del literato resulta una especie de entretenimiento hueco, solo figuras que no aportan nada al narrar hechos que nunca existieron o sentimientos tan subjetivos que se limitan a ser solo un intento sobre una sensación muy personal.

¡Para qué gastar una semana de tu vida leyendo una bonita novela si es que nada de eso existió! ¿Cuál es el aporte al conocimiento? ¿Para qué discutir sobre poetas y noveleros si en nada afecta en la práctica? Hablemos ahora de William James, autor del pragmatismo, con la siguiente escena.

Cuenta James que, mientras regresaba de un paseo por el bosque, encontró a dos amigos debatiendo acerca de un hombre que trata de vislumbrar fugazmente a una ardilla que se mueve en sincronización con él alrededor del tronco de un árbol. El hombre da vueltas alrededor del árbol, y la ardilla está en él, pero la cuestión en debate era si el hombre daba vueltas alrededor de la ardilla. La respuesta de James fue preguntar si a alguien le afecta en la práctica el hecho de que se dé una u otra respuesta. Si no afecta en nada, entonces las alternativas son prácticamente las mismas, y la polémica es ociosa e innecesaria.

Algo así sucede con la ficción al entablarse largas discusiones sobre una novela, un poema o un cuento cuando en realidad no tiene ninguna función práctica, por lo que existen infinitas interpretaciones sin que ninguna llegue a ser la verdadera. A lo mucho se aspira a la apreciación de la originalidad de la narrativa, pero el mensaje de la obra sigue siendo un conjunto vacío de información comprometedora con la realidad. Personalmente, prefiero originalidad narrativa sobre un contenido existente el cual no debe manipularse por valor a la verdad. ¡Fácil es ser creativo cuando no se tiene que respetar hechos de facto que no pueden desdibujarse por la imaginación!

En este punto, debo hacer unas precisiones. Novelas de no ficción, como La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa, son obras que se salvan de la crítica contra las demás creaciones de ficción. Espero no haberlo enojado, pues en ningún momento he dicho que está mal leer ficción, solo expreso mi línea de pensamiento al respecto.

Quiero acabar citando el pensamiento de John Stuart Mill sobre el utilitarismo. Según este filósofo del siglo XIX, los actos son correctos en la medida que tienden a fomentar la felicidad (aquí puede incluirse el gusto de leer ficción), e incorrectos si producen infidelidad. Al groso modo, aquí la felicidad significa placer y la infelicidad dolor. Mill evita fomentar el hedonismo al señalar que hay determinadas clases de placer que son mejores que otras. Sin embargo, el error del autor está argumentar la diferencia según su experiencia, por lo que entre gustos y colores nadie gana.

Debo mencionar para todo esto que soy periodista, por lo que mis necesidades informativas están dirigidas a ampliar mi conocimiento sobre eventos históricos o análisis actuales sobre el mundo contemporáneo, de ahí el tema del beneficio práctico. No obstante, admito ser aficionado del cine porque tolero gastar hora y media de mi vida.

Foto: Flickr – Bajo licencia de Creative Commons Ellen Forsyth